“Un pescador “Con buena leche”
Fiel ejemplo de que la pasión por la pesca deportiva trasciende ocupaciones y clases sociales, nuestro entrevistado, a cargo de la empresa láctea familiar, suele ir de pesca con empleados, clientes y proveedores. Un empresario preocupado por el medio ambiente y la fauna. Por Wilmar Merino
El litoral en cuanto a los ríos es algo que uno siente como propio pese a que no tengo la suerte de vivir al lado. Se siente parte de uno y es una de las grandes riquezas de la provincia de Santa Fe. Uno lo puede disfrutar de manera turística, con sus paisajes flora y fauna, o como pescador. A veces en una jornada de pesca se vuelve sin sacar un pescado pero igual uno se siente reconfortado por el momento que vivió, por los paisajes que disfrutó, y por la tranquilidad y paz que el río nos da”. El dueño de éstas palabras es José Williner quien, junto a su familia, comanda los destinos de una de las empresas de la industria láctea más prestigiosas de nuestro país, cuya marca más conocida es iLoLay.
Nacido en Rafaela ciudad en la que actualmente reside, este joven director de apenas 35 años alterna múltiples obligaciones laborales con su pasión por la pesca deportiva. Y no son pocas las veces en que sus compañeros de lancha son también sus compañeros de trabajo. Aire Libre, siempre atenta a encontrar referentes de distintas áreas de la cultura o el deporte que practiquen actividades en contacto con la naturaleza, también se congratula de que muchos empresarios argentinos sean devotos de estas pasiones y manifiesten su compromiso con el cuidado del medio ambiente.
-Cómo empezó a tomar contacto con la actividad de la pesca, José?
Yo vivo en Rafaela, una ciudad que está a 100 km del río, con lo cual no lo tuve muy a mano de chico para aprender a pescar. Pero la gente de Rafaela visita mucho la zona de San Javier y de Santa Rosa de Calchines. Hay mucha pesca de amarillos, de bogas y variada, y desde diciembre a marzo, dorados y surubíes. Últimamente los portes no son tan buenos, pero siempre es divertido y placentero ir. Yo empecé a pescar a los 14 o 15 años. Mi papá me empezó a llevar al rio en Santa Fe, pero a hacer náutica. Y yo por mi parte con unos amigos empecé a pescar y me apasionó este mundo. Sobre todo después cuando entré a la facultad, en donde compartía con amigos esta actividad. ¡Hasta con rectores hemos ido a pescar!. Lo empecé a tomar primero como distracción, pero después como “retiro espiritual” (risas). Me recibí de Licenciado en Administración de Empresas y dejé la facultad pero no la pesca. Cada 20 días me voy a pescar pese a que mis obligaciones me complican cada vez más para hacerme de tiempos libres.
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-¿Alguna vez resolvió algún negocio o tuvo alguna idea laboral pescando?
-Esta actividad penetra en muchos segmentos de la población y dentro de la empresa la pesca ha sido siempre motivo de conversación con diversos actores, ya sean clientes, proveedores, distribuidores… y estas charlas suelen derivar en la programación de escapadas de pesca con algunos de ellos. En la facultad he ido a pescar hasta con rectores… en fin, la actividad de la pesca fue siempre motivo de integración, es algo increíble que además provoca situaciones que favorecen lo laboral. De hecho mi compañero de pesca habitual es Marcelo Magni, gerente de marketing de la empresa. Los dos tenemos la misma pasión por la pesca. El es un poco más grande que yo y pesca desde mas chiquito, yo en cambio arranqué de adolescente. Lo conocí a Marcelo cuando empezó a trabajar en la empresa. Comenzamos a sintonizar la misma onda con el tema de la pesca y enseguida surgió el plan de salir a pescar juntos. Desde entonces no paramos mas, dos o tres veces al año, como mínimo, vamos juntos.
-Me imagino que tiene jugosas anécdotas de pesca…
¡¡Varias!!. Una anécdota muy linda ocurrió cuando fuimos un fin de semana a Santa Rosa de Calchines. Ese día lloviznaba, había un clima bastante feo, pero salimos igual, como buenos fanáticos. No habíamos pescado casi nada y estábamos con la lancha navegando, agachados por el viento y el frio, y sentimos un golpe fuerte. Miramos atrás y vemos que un dorado de lindo tamaño se había subido a la embarcación. Como teníamos hambre, lamentablemente se quedó en la lancha y…
¡Y participó de la cadena de la vida!
-Jajajaja, nunca mejor dicho! En otra ocasión éramos varios en una lancha y habíamos pescado unos cuantos dorados que se devolvían religiosamente. Uno de los chicos que no había pescado nada hasta ese momento, en la última recorrida enganchó un dorado importante. Entonces, para que trabajase tranquilo, empezamos a recoger nuestras líneas… y en el mismo instante en que yo recuperaba él pierde su dorado y yo engancho de la cola un surubí. Fue increíble, estábamos todos atentos al dorado del amigo, que hasta el momento no había tenido un solo pique, y yo terminó pescando un trofeo… de pura casualidad!
-¿Compatibiliza la actividad con otro deporte al aire libre como es esquí acuático, la náutica o el camping?.
– Salir de pesca no es solamente pescar, siempre es compartir un momento de distracción con gente que uno quiere. La isla es hermosa: comerse una asado en la costa, o fritar un pescado recién sacado, no tiene precio. Esa parte del camping la practico, pero náutica no hago.
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-¿Cual es su lugar de pesca favorito?
-Voy a Saladero Cabal, con los guías Pablo Gentilini, y Javier , que es de Sunchales pero tiene cabañas y lancha allí. A este lugar voy 4 ó 5 veces al año. Es lo mínimo que negocio con la familia. Y una vez por año, generalmente para octubre, nos vamos a Reconquista, donde pescamos con el guía Federico, un guía excepcional. Pesco allí con señuelos. En trolling o al golpe.
-¿También lleva a su familia?
-Yo tengo una nena chiquita, tiene 4 años, solo la llevé una vez al rio y le enseñé a pescar mojarritas. A medida que vaya creciendo seguramente ira tomando el vicio del padre. Con respecto al resto de la familia, he ido con un tío mío. Pero más bien, la familia me acompaña cuando compartimos tiempo juntos, por ejemplo cuando nos vamos de vacaciones. Y, por supuesto, cualquier viaje que organice con río o mar cerca, me llevo la caña. Preparo la valija de pesca antes de ver qué ropa me llevo. He tenido oportunidad de pescar en el exterior, en Natal, en Brasil. Allí todos los días me levantaba para disfrutar de la pesca de mar, y llevaba mi caña para pescar unos bagres bastante raros, muy distintos a los que tentemos acá. También lo hice en México, donde contraté un servicio de pesca embarcado en Los Cabos. Allí sacamos peces gallo, que eran bastante raros, de unos 3 kilos más o menos, pescando muy cerca de la costa. Uno de los guías perdió un dolphin que cortó su línea.
Suenan los teléfonos, a nuestro entrevistado lo requieren algunos asuntos pendientes, y nos vamos despidiendo.
“Esperemos que la creciente del Paraná nos deje ir a pescar pronto” dice nuestro apasionado amigo, sabedor de que pese a que algunos planes de salidas puedan verse postergados, el agua traerá nueva vida y “multiplicará los peces” cuando el Paraná comience a encajonarse otra vez. “Ojalá les dejemos algo a nuestros hijos para que puedan vivir y disfrutar lo mismo”, se despide con el deseo del estribo.
“Las culturas se modifican a fuerza de educación y sanción social”
El compañero de pesca de José Williner, Marcelo Magni, gerente de Marketing de Williner y responsable de la construcción marcaria de iLoLay , dice una frase magnífica referida a las situaciones de depredación: “las culturas se modifican a fuerza de educación y sanción social”.
José comparte la misma preocupación por la sobre explotación del recurso y hace un llamado a pensar en los que vienen detrás: “Esto es algo que uno disfruta y quiere que las próximas generaciones, su hijos, sus nietos, tengan la misma posibilidad. No hemos sido prolijos con el cuidado de la naturaleza y el que paga la consecuencia es el río y la fauna hermosa que tenemos allí.
Es un problema cultural y los cambios tienen que venir desde arriba, con un compromiso del gobierno, nacional y provincial, que debe tener políticas claras de conservación del recurso. Hay leyes, pero no se respetan ni se hacen cumplir. La depredación que se ve te genera un fuerte sinsabor porque uno tiene miedo que lo que todavía tenemos se termine y no puedan disfrutarlo las futuras generaciones. Todavía estamos a tiempo. Hay zonas donde se nota un compromiso, pero también hay muchos malos ejemplos de los que no hay tanta toma de conciencia. Y en esto sí no trabajamos todos en pos de cuidar las especies que a la larga van a desaparecer”.
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