Pescar aquieta la mente, es como una meditación
Tras una infancia en su Misiones natal compartiendo jornadas de pesca con su padre, el genial acordeonista se abocó a la música popular para cimentar una carrera de prestigio internacional. Pero hace poco y a instancias de su hija, se reencontró con la actividad y quedó maravillado con la pesca y devolución. Convocado por Aire Libre, el artista compartió una nueva salida de pesca y nos regaló su valiosa mirada sobre nuestra actividad.
Por Wilmar Merino – Para Aire Libre 4 – Diciembre 2011
“Pasar de chicos, allá en Apóstoles, solíamos acompañar a mi papá, que era apasionado de la pesca, a pasar la noche en Ituzaingó, o en el río Uruguay. Mi padre, Lucas, fue pionero en eso de usar caña y reel y hasta fabricaba sus propias cucharas en la carpintería que tenía. Eso era novedad allá en los 70 donde se usaba mayormente `la liñada´ y nos comíamos lo que pescábamos. Ahora tuve oportunidad de volver a pescar en La Paz. Tengo una hija de 13 años que me pidió que la llevase a pescar para vivenciar todo lo que yo le contaba que hacía cuando era chico. Compré una revista de pesca, ví una nota de La Paz, llamé al guía y le conté cual era el objetivo: pescar con mi hija. Fue una salida increíble, bellísima, donde tomé conciencia de la pesca con devolución y del placer de no matar al pez, cosa que no se practicaba cuando yo era niño. En el hombre hay algo muy destructivo, cree siempre que todavía no es el tiempo en el que las cosas se van a extinguir o desaparecer, y siempre está esperando que el otro de el primer paso. Y no es conciente de que lo que importa es la actitud de uno”. Lo dice el Chango Spasiuk, un artista de fina sensibilidad, misionero, músico que con su acordeón de prestigio mundialmente reconocido ha llevado adelante una valiosa tarea de rescate de ritmos litoraleños y herencias musicales de inmigrantes que ha plasmado en ocho discos de antología. El mismo que tras haber llevado su arte al Carnegie Hall de Nueva York y un importante teatro de calle Corrientes, convocamos para que nos acompañe en una salida de pesca donde lo invitamos a entregarnos la valiosa mirada sobre nuestra actividad. Esa que solo puede ofrecernos su sensibilidad de artista.
Tal como reflejó en su anécdota, la pesca une generaciones y traslada la pasión de padres a hijos, que luego disfrutan juntos de una actividad compartida. Así pasó en su propia infancia: “El apasionado de la pesca era mi papá. El era carpintero y en su carpintería diseñaba botes de madera. Sabía como hacerlos, calafatearlos, hacer el esqueleto, en las cuadernas, todo eso lo veía yo desde niño. Y siempre llegaban clientes, que eran amigos, y armaban allí salidas de pesca. Siempre existía una escapada al río a Ituzaingó, a unos 100 km de Apóstoles, a las lagunas de las estancias, en desbordes del río donde pescábamos tarariras, bogas, bagres y doradillos. En aquel momento él pescaba con reel pero todos los demás pescaban con la liñada, revoleando los anzuelos y plomos, o con una caña de tacuara. Siempre desde la costa, con una boya grande o plomo. Apóstoles está muy cerca del Aguape-í, un río que está en el norte de Corrientes, y también en el Uruguay en la zona de Garruchos. Hace treinta años no estaba todo tan explotado, no estaba el embalse de Yaciretá y el río era muy diferente a lo que es ahora. Mi papá, Lucas Spasiuk, era gran pescador, tenía sus reeles Peters, o Pescador rotativo, y era el único que yo veía pescar con esos implementos. Los demás tiraban líneas de mano. El también fabricaba cucharas, que tenía colgadas en su carpintería. Eran diseños de él. En Garruchos, en una época el río bajaba tanto que casi uno podía pasar caminando de un lado al otro, y en esas correderas se metían con el agua hasta la cintura, y sin caña, a mano, revoleaban la línea con la cuchara y sacaban dorados así. Me encantaba escuchar a mi papá y sus amigos, hablar de esas cucharas colgadas en la cabreada de la carpintería, contar relatos y mitos de lo que habían pescado con esas cucharas. Venía un vecino, cruzaban dos palabras y enseguida se armaba una salida. Se pasaba la noche y se comía la pesca. Recuerdo el sabor del bagre recién pescado y frito en una olla de hierro… es una cosa de un sabor único al igual que el de una buena boga asada a la parilla. Eran recuerdos de cuando yo tenía 10 años más o menos. Después hubo un paréntesis de unos 20 años donde me desconecté de todo pero mi infancia fue muy relacionada con la pesca”
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– ¿Te llevaban a cazar también?
– No, pero recuerdo que mi papá y mi mamá, que son hijos de inmigrantes ucranianos, nos llevaban de visita a lo de los abuelos, que vivían en una chacra, y allí siempre se armaba una salida de caza y se cazaban algunas martinetas para comer. Mi papá tenía el cinturón de cuero con el hilo para colgar las martinetas. Y salían a cazar con eso, siempre acompañado de los perros perdigueros o pointers. Pero yo soy el quinto de cinco hermanos y para cuando yo empecé a acompañarlo él ya no salía mucho a cazar por esos maizales, después de las cosechas. No lo vivencié tanto como la pesca. A nosotros nos encantaba la pasión de papá por pescar y lo acompañábamos, a veces toda la noche, pero después empecé a viajar con la música, a partir de los 15/16 años, y toda mi energía viró para allí. Eso hizo que me desconectara un poco de la pesca, pero a dos de mis hermanos los ha marcado a fuego y aún hoy siguen practicando. Ellos heredaron todos los implementos de mi papá y los guardan como recuerdo.
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En un día frío de primavera con un viento sur de gran intensidad que frustró nuestra salida de embarcados al Río de la Plata, visitamos con el Chango la Asociación Argentina de Pesca, institución señera detrás de Puerto Madero y limitando con la reserva ecológica de costanera sur. “No sabía que existían lugares tan hermosos en plena Capital”, destacó Spasiuk, maravillado por encontrarse a pasos del obelisco porteño con cardenales, biguás, tortugas de agua, aves zancudas y, claro, especies de peces con las que se reencontró después de años. Así, tras su primer pique, una modesta mojarra, sonrió como después de haber finalizado su mejor concierto y recordó “hace mas de 30 años que no pescaba una de éstas…. ¡Y pensar que me pasaba horas mojarreando en la costa!”.
Luego, entre mates, boguitas y bagrecitos, volvimos a la charla entrelazando recuerdos, filosofía de vida y arte. Su música nos invita a evocar paisajes litoraleños, ríos profundos y canoas de pescadores. Y Chango nos cuenta como se lleva adelante la difícil tarea de traducir a sonidos lo vivido.
“La música no funciona tan linealmente como la poesía, donde uno relata lo vivido. Sino que lo que uno ha vivido se manifiesta, quieras o no. La música es la expresión sonora de un contexto y de las situaciones que uno vivió en ese contexto. Entonces si uno ha vivido intensamente algunas cosas esas cosas se van a expresar en lo que vos hacés. No creo que esté en mi música la situación de la pesca, pero sí la intensidad de un río que crece, como el Uruguay. Lo he visto crecer y arrastrar todo. No es solamente como vos lo ves sino como lo sentís, su intensidad, todo lo que hay debajo. Ver cómo pega el agua en los barrancos o como se mete en el monte. Es una cosa muy intensa. Al Uruguay lo he vivido mucho más que al Paraná. A principios de los 80 hubo grandes inundaciones. Esas imágenes las he vivido, nadie me las ha contado. Después mi vida se enfocó en la música y aunque dejé Apóstoles hace tiempo, siempre he llevado en mí esos recuerdos”.
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Los empleados del club de pesca se acercan a saludar al artista, él accede a sacarse fotos y los invita a su próximo show. Recibe con alegría el dato de que en la punta estaban saliendo los últimos pejerreyes y pidió ir a probar suerte. No habíamos llevado equipo para esa especialidad pero no faltó un socio que gentilmente cediera su caña al artista para que éste se entretuviera mirando las boyas. Finalmente, la puntera se desplaza y Chango saca su primera flecha de plata. Embelezado por el bello color del pejerrey, tras las fotos de rigor volvemos a la charla.
-Dejaste de pescar en la adolescencia para enfocarte en la música. ¿Cómo fue tu reencuentro con la actividad?.
-Maravilloso, porque fue con mi hija Lucía, de 13 años que me pidió ir a pescar para vivir lo que su papá hacía de chico. Tenía temor de que se impresionara con la muerte de los peces pero me llevé una grata sorpresa con la pesca con devolución y vivimos el placer de no matar al pez. Ví cómo usaban una pinza especial para no lastimar al pez al levantarlo y luego lo devolvimos al agua, hecho que nos dio una gran alegría. Pescamos cachorritos de surubí atigrado, bagres amarillos, bagres blancos y dorados. ¡Es increíble el color del dorado! A mi hija, que no tiene paciencia para la espera, le encantó pescar con señuelos. Eso de tirar y recoger la entretuvo muchísimo. Solo nos comimos un pez que el guía, Aníbal Bähler, hizo en la isla. Creo que era un manduvé. Fue sensacional compartir esa salida con mi novia y mi hija Lucía, que sacó varios dorados. Luego me pidió volver y así salí a pescar una segunda vez, porque quedé muy contento. Esa vez mi novia pescó un montón. En esa segunda excursión, yo, en un momento donde mi novia y mi hija se entretenían pescando, me senté en el fondo de la lancha y tomaba mates mientras disfrutaba mirándolas. Con que mis seres queridos estuvieran tan felices yo estaba contento. ¡Me encantó La Paz!, entrar a los riachos y encontrarme con el irupé, el camalote, tocar su textura… recomendaría la pesca solo para eso, para pasear con un bote, que el viento de pegue en la cara, tomar un mate viendo ese paisaje. Y volver a la tardecita, ver la caída del sol. Fue sumamente placentero.
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-Y hablando de “la paz”: ¿Sentiste que la pesca te desconectaba un poco de otros asuntos para entrar en una zona de placer?
-Totalmente. Es un gran beneficio el que produce la pesca. Por lo menos la cabeza se aquieta, es como una meditación, uno concentra su atención en una sola cosa: ver si pescás. Así, pones en un segundo plano lo que antes de ir a pescar estaba en un primer plano. Eso es sano. Volver después de tantos años a vivir una situación de pesca lo he disfrutado muchísimo. Y ahora me quedó esa sensación de que no estaría mal volver a salir de pesca cada tanto. La próxima va a ser una salida al Guayquiraró, seguramente.
Nuestra salida concluye y Chango accede a visitar nuestra sede de Aicacyp en donde recibe obsequios que promete volver a usar con su hija, se interesa por ejemplares anteriores de Aire Libre y agradece el rato compartido antes de entrar de lleno a preparar un show en el teatro Opera que ya habrá acontecido al llegar éstas líneas a sus ojos. Pero no se despide sin antes dejarnos una reflexión final: “la música es algo para vivenciar… una cosa es decirlo y otra es vivirlo. Uno puede tratar de hablar de ella, pero uno la saborea mientras la toca, mientras la construye y mientras lo vivencia el que está enfrente. Lo mismo sucede con la pesca… te pueden hablar de lo lindo que es el sol a la mañana, de la emoción de un pique, de la sensación de ir navegando entre los irupés o de devolver lo que pescas al agua. Pero vivirlo es lo más interesante. Por eso le recomiendo a quien no haya probado aún la pesca con devolución, que lo intente al menos una vez”.
“En el hombre hay algo muy destructivo”
-¿Te interesa la preservación de los recursos naturales?.
– Obvio. En el hombre hay algo muy destructivo, cree que todavía no es el tiempo en el que las cosas se va a extinguir o desaparecer. Siempre cree que las cosas no van a desaparecer con él entonces puede explotarlas un poco mas. Pero eso es una mentira, las especies vienen desapareciendo desde hace mucho y hay que ser mas responsables en esto que uno quiere disfrutar. Es la misma actitud que se traslada a otros aspectos de la sociedad. El que es una persona insaciable y descontrolada con respecto a los recursos naturales también lo es con otros aspectos de la vida comunitaria. Siempre está esperando que el otro de el primer paso y no es conciente de que lo que importa es la actitud de uno. Como decía Martin Luther King: “aunque mañana no exista el mundo yo igual hoy voy a regar mi manzano”. Cuando éramos niños no teníamos esa conciencia, nos comíamos lo que pescábamos. Pero hace muy poco tiempo he vivido una experiencia de conectarme nuevamente con la pesca que me cambió. Hacer pesca con devolución no solo nos permite disfrutar de un momento agradable con nuestros seres queridos sino evitar hacer un daño a la naturaleza. Y eso nos va a permitir volver a disfrutar de momentos tan lindos el día de mañana.
De la Música a la Televisión
– Tenés una larga carrera pero apenas 8 discos de estudio. ¿Cómo se explica tanto trabajo y tan pocas grabaciones?
– Me lleva mucho tiempo hacer cada disco porque hacer un disco no es juntar la cantidad de canciones para grabar solamente. Para mi cada disco es un momento estético, una nueva forma de construcción sonora. Cada disco es un sonido nuevo y en ese sonido hay todo un repertorio. Cada disco mío tiene un sonido diferente. La Ponzoña no suena igual a Polcas de mi Tierra, y polcas no suena a Chamamé Crudo. Cuando encontrás el concepto, poner las canciones es lo mas fácil.
– Y desde hace unos años llevás adelante Pequeños Universos un proyecto televisivo donde rastreás la génesis del folklore en nuestra cultura popular…
– Sí, en cuatro años he hecho tres temporadas, 39 programas, 13 capítulos por temporada. Paré solo el año que hice Pynandí, Pies Descalzos, mi último disco. El programa habla de pequeñas situaciones musicales de la Argentina. Se trata de cómo es la transmisión oral de contenidos musicales. La mayoría de la música que se toca en la Argentina se aprende en las casas y los patios, y lo que hace el programa es mostrar esa situación y a partir de allí la diversidad cultural que tiene la Argentina en sus pueblos. Mostramos esos pequeños mundos musicales.
Al cierre de estas líneas, Pequeños Universos ganaba el Martín Fierro a la producción de cable de 2010 en el rubro Música: Folklore. ¡Felicitaciones Chango!.
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