Seis mujeres dominan el negocio en Egipto.
Aún cuando la lucha por la igualdad de género está muy rezagada en el país, ellas se destacan en los espectáculos con los grandes felinos.
Por Declan Walsh para The New York Times.
GAMASA, Egipto — Luba el Helw, una madre egipcia trabajadora, se enfrentó a múltiples exigencias mientras estaba en su apartamento, en un poblado costero. Hizo malabares para atender varias llamadas telefónicas de negocios, preparó un platillo de pollo y eludió las solicitudes de sus tres hijos —de entre 4 y 8 años—, quienes estaban tendidos frente al televisor.
Ella misma admite que su carácter puede ser avasallante. Ese fue un factor que propició su divorcio, cuando su segundo esposo se quejó de que lo había tratado “como a un león de circo”. Y lo dijo literalmente.
Horas más tarde, El Helw entró a una pista de circo vistiendo un traje entallado con estampado de leopardo y botas negras. La música resonó. Los niños la aclamaron. Los leones y los tigres avanzaron detrás de ella.
El Helw (que se pronuncia jelau) se acercó a un tigre encaramado y acarició su rostro despreocupadamente, sacándole un rugido. Ella hizo un gesto histriónico.
“Damas y caballeros”, anunció una voz. “¡Están por comenzar espectáculos emocionantes y peligrosos!”.
La lucha por la igualdad de género se está rezagando demasiado en Egipto, donde solo el 25 por ciento de las mujeres forman parte de la fuerza laboral. Egipto se encuentra en el lugar número 134 de 153 en la Brecha Global de Género, un índice publicado por el Foro Económico Mundial. Sin embargo, las mujeres egipcias dominan un ámbito.
El Helw es una de seis mujeres domadoras de leones en Egipto, la mayoría proveniente de la misma familia extendida, cuyos espectáculos a la vieja usanza atraen y deleitan a legiones de egipcios anualmente. Vistiendo trajes cubiertos de lentejuelas y con nombres artísticos como “La reina de los leones”, persuaden a los enormes felinos para que atraviesen aros de fuego o les permitan caminar sobre sus cuerpos.
Algunas se han convertido en pequeñas celebridades; otras han sobrevivido ataques; ninguna incluye a hombres en sus actos.
“Yo misma los alimento”, dijo El Helw, entre actos, mientras lanzaba un trozo de carne de burro a una pequeña jaula ocupada por Hairem, un león de seis años. “Y ellos me consideran su madre”.
Los leones siempre han sido símbolos de prestigio y poder en Egipto. En el pasado, los faraones cazaban a los grandes felinos a lo largo del río Nilo. La Gran Esfinge, guardiana de las pirámides de Guiza, que consiste en una cabeza humana con cuerpo de león, es uno de los emblemas más perdurables de Egipto.
No obstante, para El Helw, los leones son un negocio familiar. Su abuela Mahassen fue la primera mujer domadora de leones del mundo árabe, y su padre, Ibrahim, fue artista del Circo Nacional de Egipto, dirigido por el Estado, durante su apogeo en la década de 1980.
Su padre, quien contrajo matrimonio en tres ocasiones, tuvo siete hijas, pero, a pesar de todos sus intentos, no tuvo hijos, así que les heredó sus habilidades y su pasión a ellas.
Dos de ellas lo siguieron hasta la pista: Luba, de 38 años, quien sucedió a su padre como domadora de leones en el Circo Nacional, y su hermana Ousa, de 35 años, quien actúa en un circo privado. Su tía Faten y dos de sus primas también forman parte del negocio, además de una sexta mujer que no es de su familia.
“Domadora de animales salvajes”, dice la descripción profesional en el pasaporte de Luba el Helw.
El que alguna vez fuera el respetado Circo Nacional, fundado en 1966, ha caído en una mala racha. Con sede en una tienda raída cerca del Nilo en El Cairo, el circo vende entradas a precios que van de 1,80 a 3,50 dólares, y atrae principalmente a grupos escolares y familias de la clase trabajadora.
Su espectáculo (payasos, malabaristas y encantadores de serpientes) tiene un dejo cansado y los artistas se quejan de la falta de inversión. Los egipcios más acaudalados prefieren funciones más innovadoras y costosas como las del Cirque du Soleil.
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Al igual que ha sucedido en muchos otros lugares, los circos de Egipto han cerrado como parte de los esfuerzos para contener el coronavirus. No obstante, el verano pasado, una gigantesca imagen de Luba el Helw adornó la entrada de una versión itinerante del Circo Nacional que había visitado Gamasa, un centro turístico para la clase trabajadora en la costa norte de Egipto, donde las mujeres se relajan en la playa vistiendo mantos que cubren todo su cuerpo.
Los egipcios no están acostumbrados a ver a una mujer a cargo. De acuerdo con el Foro Económico Mundial, las mujeres ocupan solo el siete por ciento de los puestos gerenciales en Egipto.
Con todo, en sus actos, Luba el Helw no deja lugar a dudas respecto a quién es la jefa. Ella proyecta una imagen dura: habla con una voz retumbante y blande bastones o látigos. “Las personas esperan ver a un hombre panzón con botas altas”, dijo.
El Helw usa esa presencia fanfarrona solo para el espectáculo, no para intimidar a los animales. De hecho, dijo que incita a los leones a obedecerla con cariño y trozos de carne. Cuando tiene que reprenderlos, lo hace con un suave golpe de su sandalia, como haría una madre egipcia con un hijo descarriado.
Aun así, los peligros son reales. El Helw mostró una fotografía de su abuelo, Mohammed el Helw, quien fue atacado hasta la muerte al final de un espectáculo en 1972. La foto mostraba a un hombre ataviado con un traje destellante, sentado orgullosamente a horcajadas sobre Sultán, el león que lo mató.
El Helw desestimó las preocupaciones por su seguridad. “Puede ser más fácil tratar con leones que con personas”, dijo.
También les restó importancia a las acusaciones de que los circos a la antigua maltratan a los animales.
Entre cada espectáculo en Gamasa, sus leones y tigres permanecen encerrados en pequeñas jaulas y los bañan con agua para refrescarlos en las temporadas calurosas. Después de una función nocturna, El Helw se inclinó sobre un cachorro de león albino de 6 meses que tenía un sarpullido en el pecho que se veía doloroso y le untó cuidadosamente una crema.
Su hijo de 8 años, a quien está entrenando para sucederla, observaba con atención. El cachorro agitó una pata, gruñendo con suavidad.
Varios países en Europa han implementado restricciones sobre el uso de animales en el entretenimiento popular.
Pero El Helw, quien creció junto a leones cachorro en la casa de su familia, insistió en que amaba a sus leones y tigres “como a mis hijos” y dijo que ni siquiera podía podía ver a los animales atacarse unos a otros en los documentales de vida silvestre. “Miro hacia otro lado”, añadió.
Comentó que la historia circense de su familia comenzó en el puerto mediterráneo de Damieta, Egipto, hace más de un siglo. Su tatarabuelo estaba tan cautivado por los acróbatas italianos que actuaban para los pasajeros de las embarcaciones que pasaban por ahí que aprendió sus trucos y se los enseñó a sus hijos.
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La familia adquirió sus primeros leones en la década de 1930. En la década de 1960, se unieron al Circo Nacional.
La hermana menor de Luba, Ousa, quien se presentó en un circo en Suez este invierno, sufrió un pequeño rasguño hace poco. Un tigre le dio un zarpazo en el cuello durante un acto. No se lo tomó personal.
“Fue un accidente; el tigre no lo hizo a propósito”, dijo Ousa encogiéndose de hombros.
Cuando el coronavirus llegó a Egipto hace algunas semanas, Ousa transportó a sus ocho leones y dos tigres a un complejo desértico a las afueras de El Cairo, donde esperarán a que se reanude el espectáculo.
Un golpe de mayor relevancia aún las azotó este año, comentaron ambas hermanas: la muerte de su padre, Ibrahim, de 74 años. Él les enseñó a amar a los leones, cómo castigarlos y la importancia de tratarlos con respeto.
“Los animales recuerdan”, dijo Ousa. “Sin importar lo que suceda, recuerdan”.
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