Lo que se hereda no se roba
Por Claudio Ferrer
Cosas curiosas tiene a veces la vida, marzo de 1970, comienzo mi ciclo de escuela segundaria, allí conozco y entablo amistad con otro alumno español, llegado al país unos meses antes, su acento castizo lo delató desde el minuto uno.
Con el transcurrir del tiempo, fuimos estrechando nuestro vínculo al punto que pasábamos todos los días juntos, cosas de la época, futbol, cine y rifle de aire comprimido. En un punto de ésta amistad, a alguno de los dos, no recuerdo a cual, se le ocurrió decir: vos serás el padrino de mi primer hijo, promesa que hicimos recíproca.
Durante años seguimos compartiendo amistad, actividades, salidas y fundamentalmente cacerías, siempre había un motivo y una presa en nuestra mente, nuestros aire comprimido primero y nuestra escopeta Mahely calibre 16 después, eran como nuestra pelota para otros y una Tablet para los chicos de hoy. Algunos lugares de la costa de Quilmes fueron nuestro escenario de aventuras, la “Saladita” una laguna lindera a la cancha de Arsenal, nuestro paraíso de pesca.
Finalmente crecimos y el tipo de nuestras salidas se fue modificando, y cumplimos nuestra antigua promesa. Nos casamos con 3 meses de diferencia y fuimos padres con la misma diferencia calendario. Su hijo es mi ahijado y mi hija su ahijada. Nuestro trato continuo frecuente y esto hizo que nuestros hijos mantengan una relación igual a la nuestra, sin rifle, por supuesto. 40 años pasaron y ambos niños siguen siendo tan unidos como cuando jugaban en la cuna.
El destino o la casualidad, no sé cómo catalogarlo, hizo que también ellos fueran padres con 5 meses de diferencia, y hoy con 5 años cada uno, parece que continúan con la vieja tradición de amistad. Fue allí que mi hija me dijo con una enorme sonrisa: “lo que se hereda no se roba”
Éste preámbulo solo viene como referencia de las relaciones amistosas; muchos tienen muchos conocidos, ¿pero cuantos amigos? Una vez mi hija preguntó: ¿Pa, no tenes ningún amigo que no sea cazador? No había reparado en ello antes, pero la petisa tenía razón.
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Una noche, en medio de una cacería en La Pampa y sentado al lado de un buen fogón con un vaso de Dalmore en la mano, encontré la causa de esto. El chisporroteo de las brasas daba aviso que necesita más leña, uno de los amigos, se levantó y aportó un par de troncos, al momento que otro se levantó a recargar el termo para los que estaban mateando, y 5 minutos después otro comenzó a poner la carne en el asador, instintivamente, yo me levante y comencé a preparar las cosas para comer y lavar la ensalada.
En ese momento me cayó la ficha, todos iban haciendo algo y nadie se puso al mando de nada. Cada amigo fue viendo lo que hacía falta y lo hacía sin que nadie lo pida. Me quedó en la mente y lo analice en cada salida posterior, siempre era lo mismo. Solo vi este comportamiento en reunión de amigos cazadores, el resto de los mortales tiene otro tipo de actitud.
Luego de muchos años de salir y compartir innumerable cantidad de salidas con muchos amigos entrañables, el tiempo es implacable y se ha llevado a varios de esos compañeros, pero volví al razonamiento de mi niña, “lo que se hereda no se roba”, y hoy muchas veces me encuentro compartiendo campamento con hijos de esos amigos que jamás olvidaré, y así me encuentro compartiendo fogón con los hijos del pelado Guillermo Caballero, organizando proyectos con los hijos del Panchito Filannino o compartiendo asados con las hijas de Juan Cairoli. Son todos vínculos muy difíciles de explicar pero inquebrantables a lo largo del tiempo.
Otro caso es mi relación con Cachi Belloso, 100 kilómetros separan nuestras casas, pero siempre estamos en contacto y su hijo Marcos, que acaba de cumplir sus 21 años, nos acompaña en las cacerías desde que tiene 5, grandote, simpático y con gran genética cazadora por parte de abuelo y padre, cumple con todos los requisitos del grupo de cazadores, voluntarioso, activo, ordenado, prudente y atento a todas las indicaciones que recibe. Depositario del cariño de todos y de muchos elementos que valora y sabe aprovechar.
Desde hace muchos años Marcos acompaña tirando patos y perdices, y éste año tuvo su oportunidad con el majestuoso ciervo colorado en la cordillera.
Luego de manejar muchos kilómetros, como todos saben, llegamos a la cordillera patagónica, un amigo en común nos invitó a su campo a pasar unos días y la posibilidad de abatir un ciervo, el cual fue asignado al novel cazador. Tuvimos la idea de acompañarlo en su nueva aventura, pero……. Marcos, fiel a su herencia cazadora rehusó a ser acompañado y decidió que saldría solo, cargaba su GPS y sabía usarlo, también teníamos buenos equipos de comunicación, así que calentamos otra pava para una nueva ronda de mate y le deseamos buena suerte al cazador.
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Algunos amaneceres y otros tantos atardeceres nos encontraron viendo salir o llegar a Marcos con el rifle al hombro y los prismáticos colgados al cuello. Una mañana, cerca ya del mediodía, Marcos no llegaba, y la duda era si habría cazado o se habría perdido. Comenzábamos a cortar unos salamines cuando por los prismáticos vimos la alta figura de Marcos acercarse, solo traía una enorme sonrisa dibujada en el rostro, no traía equipo ni rifle ni mochila, lo que nos sugirió que algo había pasado, y si, su alegría incontenible le hizo dejar todo al lado de su presa y salir corriendo en busca de su padre.
Cargamos mochilas, cuchillos y bolsas, en todo el trayecto escuchamos todo el relato del lance, desde que lo vió hasta que casi le dispara 5 veces, no es que tiro 5 tiros, sino que tuvo 5 oportunidades de hacerlo, con una inmensa sonrisa me miraba y decía, siempre me acordaba de vos Claudio cuando me decías: si miras bien siempre te podes arrimar un poco más, y del primer intento a casi 250 metros, terminé disparando a poco más de 100.
El animal caminaba despreocupado, tenía bien el viento, y poco a poco le fui cortando el camino, de perseguirlo pasé a esperarlo y en cuanto lo tuve enfrente le disparé, sin pensarlo y en forma automática realicé un segundo disparo, pero no era necesario, el ciervo se había convertido en mi primer trofeo de caza mayor.
Creo que Marquitos hubiera necesitado una segunda cara, ya que su sonrisa no cabía en solo una. Cuereado, desposte y carga pasaron en medio de risas y bromas, momentos que nunca olvidará seguro. Su herencia cazadora estaba otra vez presente.
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