El Diego Pescador
Por: Wilmar Merino para Revista Aire Libre 46
“La pesca, la pesca es mi viejo. Es Corrientes. Me gusta ir a pescar con mi viejo. A Esquina. O a Paso de la patria. Pescar me recuerda a mi viejo. Don Diego”. La respuesta a la pregunta sobre qué significaba la pesca en su vida me llegó desde Dubai, durante un traslado desde el hotel donde se alojaba hasta el campo del equipo que entrenaba. Un colega periodista invitado por el astro, portador de mi inquietud, cumplió con mi encargo. Y el Diez ratificó una vez más que en cualquier parte de este mundo que recorrió como pocos, podía pensar en Corrientes. La provincia de La Tota y Don Diego, el paraíso del dorado que tanto amó pescar. De los carpinchos y los patos que le gustaba cazar. Esa Corrientes a la que volvió buscando descanso o refugio, según los casos, más de una vez en el auge de su carrera como futbolista.
Es que Maradona, rodeado de su entorno habitual pero al fin solo entre napolitanos o en un desierto árabe, extrañaba la argentinidad al palo. Ese sentirse “uno más” que solo vivía en los campamentos de pesca, donde la figura infaltable era la de su papá. Allí, en la isla, Don Diego volvía a ser “Chitoro” y Diego era llamado “Pelusa”. Y los sonidos de ovaciones eran reemplazados por el chirriar del dorado en la olla negra de la fritanga, o el de la chicharra del reel en la llevada de un surubí.
Lo que sigue es un recorrido por anécdotas imperdibles de guías y baqueanos que dan testimonio de su pasión por la pesca y la caza, ese refugio y esa búsqueda de la felicidad propia, alternada siempre por sus compromisos laborales que nos hicieron felices a todos los demás.
Gutiérrez: El otro “Tata” de Diego
El Tata Gutiérrez es una leyenda de Esquina. El hombre ya pasó los 80 pero tiene toda la película bien clara en su cabeza. Se acuerda de su niñez, cuando “cazaba” sábalos y pacúes con la fija, ese arpón con el que una vez, a los 8 años, pinchó un surubí de 74 kilos al que lo corrieron con la canoa todo lo que el bicho aguantó hasta terminar flotando panza arriba. Se acuerda todo el Tata, y entre sus mejores recuerdos está el de sus pescas con Diego. Días de campamento inolvidables junto a Chitoro (nadie en Esquina llama Don Diego a Don Diego sino que lo rebautizaron con ese apodo). Y como nada se le olvida al Tata, mira hacia abajo y dice que (la noticia de la muerte de Diego) “me cayó muy mal”. Pero enseguida recupera el brillo en los ojos cuando le pedimos que lo recuerde en sus días felices, de Dios del fútbol y mortal pescador. “Aquí siempre fueron felices, disfrutando el momento que pasaban con nosotros”, resume.
“A Pelusa le gustaba salir conmigo. Armábamos unos campamentos grandes, como cinco o seis lanchas. Él venía con (su representante) Jorge Cysterpiller, con Coco Villafañe (su suegro, padre de Claudia) y también con (su mujer) Claudia. Muchas veces cuando estábamos en los campamentos, él decidía salir solo conmigo y con Claudia”, cuenta el legendario Tata Gutiérrez, que a sus 80 años guarda frescos como ayer los recuerdos de cada campamento de pesca y caza junto al jugador más grande de la historia del Fútbol mundial.
“Siempre me decía: “Tata, llevame donde no nos vea nadie” y yo le metía para la isla, aprovechando que el Paraná estaba crecido, y lo llevaba a la zona de Las Bravas, donde había lugares que tenían claros dentro de la isla donde hacíamos campamentos y partidos… porque Diego siempre quería que hubiese espacio para jugar al fútbol. Nos buscaban con aviones, con helicópteros… era una locura, pero yo lo llevaba allá donde te digo, para el lado de Goya, y no nos encontraban.
Diego era recontra macanudo en los campamentos, era uno más, no quería ser tratado especialmente. Colaboraba con lo que había que hacer y comíamos lo que pescábamos o cazábamos. A él le gustaba mucho pescar lo que sea, dorados, surubíes, pacúes… esa era mi especialidad, porque yo gané 5 veces la Fiesta Nacional del Pacú, que se hace en Esquina.
En ese entonces no se pescaba con señuelos, siempre con morenas. Nos pueden ver en ese documental de Esquina que hicieron aquella vez en donde él era jovencito y venía de ganar el mundial con los juveniles. Nos encontramos con los organizadores del documental y nos pidieron que Diego presente la película. “Ningún problema”, dijo Diego y nos fuimos a pescar y al volver al rato con 3 o 4 dorados, el agarra dos, salta de la lancha donde estoy yo y dice eso de “si aquello fue lindo, esto es mejor”• Ese documental fue al mundo, hizo conocer Esquina por todos lados. Después de eso, llegó gente de todo el mundo a pescar conmigo. Y muchos años saqué al príncipe y la princesa de Austria, que venían a pescar y a cazar. Tenían una nenita que pescaba y cazaba a la par de ellos.
Por último, el Tata nos despide con la anécdota del estribo: “Una vuelta caen de golpe con una lancha que tenía un motor de 235 HP. Nosotros usábamos motores que no pasaban de 90, así que en general más de 40 litros de nafta nunca gastábamos en una jornada. Le pregunto a Chitoro (Don Diego, por si hiciera falta aclararlo) si habían traído nafta para ese bicho y me dice “80 litros”. Más que suficiente, le dije. Pero resulta que en medio de la pesca se me da por mirar y ya casi no teníamos nada. Y todavía para volver teníamos que cruzar el Guaycurú y el Paraná. No había cómo pedirle ayuda a nadie. Así que en la boca del Ingá nos quedamos sin nafta y a esperar a que pasara alguien. Remamos hasta la boca y Diego dijo “vamos a pescar”. Resulta que tiramos tres cañas y agarramos tres rayas tremendas, pero grandes de verdad, que nos cortaron el nailon del 0,60 y no pudimos sacar ninguna. Al final, pasó un amigo y le hicimos señas. Se acercó y me dio 25 litros de nafta que nos permitieron llegar a Esquina”, concluye Tata.
Carlos “Mona” Leguizamón: “Eque Porá era su casa en Esquina”
El venía a pescar siempre con Chitoro, su papá. Y paraban en el hotel de mi viejo, Eque-Porá, que era el hospedaje con el que trabajaban los primeros guías de Esquina: El Lobo Cafferata, el Tata y Piquero. Se hospedó aquí desde que ganó el mundial juvenil del 79, hasta el 96. Me acuerdo como si fuera ayer que le trajo a mi viejo de regalo la camiseta que usó en ese mundial.
Por iniciativa de mi papá, Juan Carlos Leguizamón, que contactó a Ramiro Nieto de la productora VTS y a Roque Marul, armamos un documental promocionando a Esquina y ya sabíamos que Diego iba a venir a descansar aquí tras el mundial, así que le propusimos ser parte del mismo y aceptó presentarlo con gusto. Es esa escena donde viene una lancha acercándose a la costa y Diego baja con dos dorados, lo guía el Tata, que va con un chico y él baja a la costa y habla bien de Esquina. Bueno, el chico que está en la lancha con él soy yo”, se enorgullece.
Diego lo quería mucho a mi papá Juan Carlos, a quien apodaban “Recúpero”, al punto que llegó a decir en una nota de revista El Gráfico que “Recúpero es la Biblia del Paraná”.
Anécdotas con él hay muchísimas, pero te puedo decir que él venía acá y era uno más, no era el ídolo que era en todos lados, acá disfrutaba de cosas simples, de hacer un campamento, una pesca, y pedirle a mi familia una comida que le gustaba mucho, el M´Bapui, un guisado que parece un engrudo, con harina, agua, chorizo colorado y carne. Le encantaba. Pero si tengo que elegir algo que tenía que ver conmigo, te puedo contar que cuando él se iba de campamento con mi papá, desaparecían por tres o cuatro días y no había celulares como ahora, solo el teléfono fijo del hotel. Así que una vez, llamaron de urgencia que preparemos todo que venía Diego con su gente. Resulta que se había ausentado por alguna diferencia de los entrenamientos del Nápoli y se vino a la Argentina, y de Ezeiza derechito a Esquina, bajó del auto y se subió a la lancha y se fue directo a pescar. Se fue con mi viejo a la isla, donde no lo encontrara nadie. Y claro, yo tenía la orden de atender el teléfono rápido para que los pasajeros del hotel no se despertaran a la hora de la siesta con un teléfono sonando, así que quedé encargado del teléfono. Y mientras Diego y mi papá estaban en la isla yo, que tendría 10 años, atendía llamado en todos los idiomas, de la prensa y gente de todo el mundo que preguntaba por Diego, así que gracias a Diego ¡Eque Porá fue el hotel más famoso del mundo por cuatro días!
“Perucho”: “Diego era un ganador que disfrutaba de todo”. `
En Esquina cuando uno menciona a Juan Pedro Silva cualquier allegado a la pesca tarda dos segundos y dice “¡ahh Perucho!”. Es que el nombre ya se hizo apodo y se ganó su fama guiando gente durante añares. Pero sin dudas su cliente más famoso fue un amigo al que conoció de chiquito, ese al que llevaba a jugar con los grandes porque, pese a regalar años (tenía 13 y jugaba con los de 20), no le podían sacar la redonda que iba atada a la zurda. El mismo que sigue llamando Pelusa a Diego, quien a su vez lo conocía por “Peru”.
“Yo lo conocí de chiquito a Pelusa. Los padres eran de mi barrio, el barrio Moreno, y éramos amigos antes de que se fueran a Buenos Aires. Nosotros teníamos un equipo de fútbol de salón que se llama Chacabuco y lo dirigía un primo de Diego, el “Nene Gaúna”, hijo de una hermana de La Tota. Ese primo jugaba bien, y llegó a Mandiyú de Corrientes. Al Nene Gaúna le decíamos “Paraguay”, y cuando vino Diego tenía unos 10 años y vino a jugar a ese club de su primo, a un equipo de pibes al que le decíamos “Chacabuquito”. ¡Jugaba bien Diego!. Me acuerdo que él vino cuando jugando para la selección bonaerense perdieron con los Cebollitas en los torneo Evita con Córdoba. Y entonces de Córdoba vino acá. Al tiempo yo tenía 21 y el 13 y lo llevábamos a jugar con nosotros por los barrios… era un nene entre adultos, y no se la podías sacar. Después hubo una diferencia entre los familiares y Diego no paró más en la casa de los parientes. Cuando volvía a Esquina prefería hospedarse en Eque- Porá.
Cuando empezó a salir a pescar conmigo ya jugaba en el Barcelona, y lo habían fracturado y estaba en rehabilitación. Me acuerdo que vino a hacer la rehabilitación de la pata quebrada con nosotros. Cayó con (el utilero de la Selección) Galíndez y otro kinesiólogo. Diego venía siempre con el padre: nos íbamos 4 o 5 lanchas. Íbamos para donde andaba el pique, parábamos en una isla y comíamos lo que pescábamos. En aquel entonces se pescaba con carnada, el artificial arrancó fuerte después.
¿Cómo era Diego pescando? ¡Era un ganador!. No quería perder en nada. Donde nos íbamos, además, llevaba la pelota. Los mejores partidos de él los vi en la isla. Nosotros andábamos todos bien y yo elegía a los mejores para nosotros: yo jugaba con mi hermano, el Lalo Maradona y el Hugo Maradona. Y a Diego le dejábamos los troncos. ¡Nos cagábamos a patadas!. Una vez terminamos empatados y no podíamos definir y nos agarró la noche. Y queríamos decidir quién ganó. Así que terminamos tirando penales en la puerta de la carpa, y de noche… y era una discusión tras otra, que entró, que pegó en el parante… y al final definimos jugando al truco. Ahora uno lo piensa y dice ¡jugué al fútbol con Maradona!… Teníamos tanta confianza que yo le criticaba la manera de definir y le decía `vos tenías que hacer así, gambetear para acá´ y él me decía `bueno, pero hay que estar ahí”.
“El me decía “Peru” y yo le decía “Pelusa”. Diego se sentía cómodo en Esquina porque era uno más. Nadie lo molestaba. A él le gustaba pescar un rato, se divertía. La relación con el padre era muy buena al menos cuando estaba pescando. Me acuerdo que Chitoro tomaba bastante y llevábamos mucha bebida. Casi una lancha era de bebida alcohólica. Y cuando él empezó a aflojar, nosotros también y llevamos la mitad”.
Diego era cazador también. Le gustaba cuando íbamos a cazar con las chatas, a tirarle a los carpinchos. Una lástima que cuando él venía había poquitos, pero cuando dejó de venir se multiplicaron mucho los ciervos y los chanchos. En 2001 fue la última vez que lo vi: fue unos días antes de hablar en la cancha de Boca, cuando dijo eso de que él se equivocó y pagó pero la pelota no se mancha”.
No lo vi más pero siempre le deseé lo mejor. Lo que pasa es que los que lo rodeaban no eran amigos, eran enemigos, porque en vez de frenarlo esos le conseguían lo que él quería… “
Estas postales de su impronta que dejó en Corrientes lo muestran a Diego como uno más, cercano a la gente de abajo, lejos del ídolo, cerca del pueblo del que fue hijo y prodigio. Esa necesidad de volver a las fuentes, de mostrarse terrenal aunque lo endiosaran en los cuatro puntos cardinales del planeta, hizo de él eso que Galeano describió como “un dios sucio”, con errores bien humanos. Errores que él admitió siempre porque nunca los ocultó bajo la alfombra. “Me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha”.
Ese ser humilde capaz de enfrentar los poderes fue el que rescató Alejandro Dolina el día de su muerte, cuando dijo: “Pudiendo haber formado parte de los poderosos del mundo, adscribir a sus ideas, compartir sus negocios, pudiéndose hacer agradable a los muñecos que dominan el fútbol en la FIFA, el Comité Olímpico, etc, el tipo se puso frente a ellos y no le gustaron nunca los mercaderes ensoberbecidos. Y se puso del lado que tenía que estar. Después, se habrá equivocado, claro que sí. Y ¿Quién no se equivoca?. La gran diferencia la marca el amor que tuvo por él la gente que no tenía nada que ganar con él, lo que se vio en el velorio. Todo eso es muy fuerte, tanto que se lleva por delante todos los preconceptos que hay en la Argentina, los arrastra como un tsunami y los revuelca por el suelo”.
Desde Aire Libre elegimos rescatar ese Diego que encontró en la pesca y la caza, en los campamentos compartidos con los afectos, un refugio a las presiones, una vía de escape a ese otro mundo que lo tironeó de las extremidades como a Tupac Amaru, el del fútbol, los medios, los contratos, las presiones… Nos basta saber que Diego, cuando quería escapar de todos, se iba a Corrientes. Que la pesca era el puente entre Diego y su papá. Que en el recuerdo de su viejo que partió primero había una lancha, una caña. Y algún dorado a la parrilla. O frito en la isla.
Porque sí, Diego amaba los dorados, que eran como él, un tigre: no lo paraban ni las corrientes en contra, ni las redes de las trampas que le tendieron, ni las heridas que perforaron su carne. Diego siempre gambeteó para adelante. Y llegó lejos. Tan lejos, que hoy, como ayer, ya nadie puede alcanzarlo.
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