En los Estados Unidos empiezan a decirle adiós a la recarga
Una bala que no arruina las armas de plástico.
WRIGHTSVILLE, Pensilvania — (The New York Times) Dentro del desordenado taller que tiene en su garaje, Michael Crumling, un armero de 29 años, presumió con orgullo de la impresionante colección de balas de plomo que ha elaborado meticulosamente desde cero pero creando algo que lo distingue de sus pares: una bala que no arruina las armas de plástico.
Si bien Crumling le aseguró a NYTimes que no tiene planes de vender o producir en masa estas balas y explicó que, “a pesar del atractivo de las armas y las municiones en 3D, la gente que quiere crear sus propias armas de fuego lo puede hacer más fácilmente con partes disponibles en sus ferreterías locales o en eBay” citando el comercio al que recurrió cuando estaba fabricando una metralleta con metal que él mismo pulió y dobló.
De los cerca de 43 millones de personas que practican la caza y el tiro deportivo en Estados Unidos, unos 5 millones fabrican sus propias balas y proyectiles, según las empresas proveedoras. Ese total incluye tanto a recargadores como los fundidores caseros que, como Crumling, crean sus balas desde cero al derretir plomo que compran en línea o que obtienen en depósitos de chatarra, talleres de reparación de autos o campos de tiro.
Más allá de tener los conocimientos necesarios para proveerse de municiones en tiempos de escasez o de prohibiciones, lo más común, al igual que en Argentina, es que el objetivo sea ahorrar dinero. No solo aquí por el dólar las municiones están caras. Según informes estadísticos, en el país del norte las municiones han subido de manera constante a lo largo de las últimas décadas y llegaron a su punto más alto este año. Por citar un ejemplo, en aquellas tierras una caja de cincuenta cartuchos originales para una pistola .38 especial cuesta unos 15 dólares, mientras que un recargador puede hacer la misma cantidad por unos 4 dólares en materiales.
Mitos sobre el control de armas. El último libro de John Lott. El autor de “More Guns, Less Crime (más armas menos crimen)” explica en este nuevo libro cómo los políticos, los medios de comunicación y los “estudios” fallidos han torcido los hechos sobre el control de armas
¿Se abre una brecha generacional?
Según señala la nota del Times los fundidores y la gente que recarga cartuchos suelen ser personas mayores y a menudo jubiladas. El miembro promedio de la Cast Bullet Association es un hombre de 55 años con pensamiento matemático y que sabe hacer reparaciones, con una profesión en la que se usan las manos, como dentista, mecánico o cirujano. En contraste, quienes están interesados en las armas imprimibles suelen ser más jóvenes y más hábiles en el uso de internet.
Para Crumling, si continúa el avance de las armas impresas en 3D y los desarrolladores logran resolver el problema de las municiones, con el tiempo el mercado podría inclinarse totalmente hacia las armas desechables. Del mismo modo que sucede con los aerosoles de pimienta que la gente compra y guarda en sus guanteras y bolsos, las armas impresas podrían desecharse después de unos cuantos usos, o incluso después de uno solo, predice Crumling.
“En ese escenario, puedo imaginar que las municiones lleguen a convertirse en el artículo restringido, en vez de las armas”, opinó Crumling.
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