Un biólogo enseña una nueva ruta migratoria a las aves que perdieron la suya
Johannes Fritz enseñó a los ibis en peligro de extinción el camino migratorio con un avión ultraligero. Debido al cambio climático, ahora debe mostrarles otra forma de llegar a un refugio invernal.
Por Denise Hruby para The New York Times
30 de agosto de 2023. Johannes Fritz, un biólogo austriaco aventurero, necesitaba idear un plan, una vez más, si quería evitar que sus queridas y poco comunes aves se extinguieran.
Para sobrevivir al invierno europeo, el ibis calvo septentrional —que una vez llegó a desaparecer por completo de la naturaleza en el continente— necesita emigrar al sur durante el invierno, por encima de los Alpes, antes de que las montañas se vuelvan intransitables.
Sin embargo, los cambios en los patrones climáticos han retrasado el momento en que las aves comienzan a migrar y, ahora, llegan a las montañas demasiado tarde para superar las cumbres, lo que las encierra en una trampa mortal de hielo.
“En dos o tres años se habrían extinguido de nuevo”, dijo Fritz.
Determinado a salvarlas, Fritz decidió enseñarles una ruta migratoria nueva y más segura guiándolas con un avión ultraligero. Y estaba seguro de que podría tener éxito en este plan audaz y poco convencional, porque ya lo había hecho antes.
Cuando Fritz nació, hace 56 años, el ibis calvo septentrional, un ave negra del tamaño de un ganso, con la cabeza calva y un enorme pico, solo se encontraba en Europa en cautividad. Hace casi 400 años, los europeos quizá devoraron al último de ellos.
Pero Fritz ha dedicado su carrera a reintroducir estas aves en la naturaleza y una parte esencial de su educación ha consistido en enseñar a las crías la ruta migratoria que seguirán cuando sean adultas.
Fritz aprendió a volar, modificando un avión ultraligero para que se desplazara a velocidades lo bastante lentas como para que sus alumnos alados pudieran seguirle el ritmo.
Desde que tenían pocos días, Fritz era el único que les daba comida, cariño y mimos, y los ibis seguían ansiosos a su maestro, que casualmente pilotaba una máquina bastante ruidosa.
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En 2004, tres años después de algunos experimentos en un principio accidentados, Fritz condujo la primera bandada de Austria a Italia y desde entonces ha dirigido quince migraciones de este tipo. En ese tiempo, ha hecho que 277 ibis jóvenes sean silvestres de nuevo, muchos de los cuales empezaron a transmitir la ruta a sus propias crías.
No obstante, la ruta que enseñó a los ibis ya no es transitable. El cambio climático ha calentado la zona de veraneo de estas aves, junto al lago de Constanza, en Alemania y Austria, y, ahora, inician su migración a finales de octubre, en lugar de a finales de septiembre, como hacían hace tan solo una década.
El año pasado, mientras seguía el avance de las aves, Fritz descubrió que la nieve cubría las plumas de los ibis y que sus largos picos se esforzaban por encontrar larvas y gusanos en el suelo helado. Tres colonias de ibis intentaron dos veces cada una atravesar las montañas en noviembre, pero fracasaron en todas las ocasiones. Fritz planteó la hipótesis de que las corrientes de aire cálido ascendente eran demasiado débiles en noviembre para permitir a las aves sobrevolar las montañas con facilidad.
Fritz y su equipo atraían a los voraces animales con gusanos de la harina, los atrapaban en cajas y los transportaban más allá de los Alpes.
Pero Fritz se dio cuenta de que un servicio de transporte privado no era una solución sostenible, así que se le ocurrió mostrar a las aves una nueva ruta migratoria.
Una de las madres adoptivas de los ibis, alimentando a sus polluelos
Este verano, en el lago de Constanza, humanos y aves asistieron a una escuela de vuelo, practicando los vuelos escoltados para su épico viaje. Para octubre, esperan llegar a la costa atlántica meridional de España, cerca de Cádiz, donde las aves podrían invernar cómodamente.
La nueva ruta, que pasa por los Alpes, es casi 4023 kilómetros más larga que la anterior, directa al sur de la Toscana. Volando a una velocidad máxima de 40 kilómetros por hora, se espera que el viaje dure unas seis semanas, frente a las dos para llegar a la Toscana.
Aún así, “somos optimistas y creemos que funcionará”, dijo Fritz mientras empujaba su avión en una pradera que sirve como pista de aterrizaje.
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Su avión es un vehículo de tres ruedas sujeto a una hélice y un dosel que se asemeja a un paracaídas, pero Fritz insiste en que es seguro y, a diferencia de los planeadores en los que aprendió a volar, no lo marea.
Cuando crecía en una granja de montaña en el Tirol, Fritz disfrutaba viendo cómo las vacas y los caballos interactuaban entre sí con más libertad —acurrucándose y jugando— una vez que los sacaban del establo y los llevaban a los pastos. Estas observaciones de la infancia fomentaron su sueño de convertirse en biólogo.
A los 20 años, se matriculó en un programa que le permitiría estudiar biología en la universidad, pero antes tuvo que formarse como cazador estatal responsable de mantener bajo control las poblaciones locales de animales.
En terrenos alpinos abruptos, vigilaba la salud de las manadas de rebecos y ciervos, al tiempo que se negaba a matarlos. Solo una vez, ante la insistencia reiterada de su jefe, apretó el gatillo. “Un cervatillo huérfano, que habría muerto”, relató Fritz, quien calificó el tiroteo como un “momento sombrío” en su vida profesional.
Tenía 24 años cuando por fin empezó a estudiar en las universidades de Viena e Innsbruck. Más tarde, consiguió trabajo en el Centro de Investigación Konrad Lorenz de Austria, donde crio a mano polluelos de cuervo y enseñó a los gansos a abrir cajas mientras realizaba su doctorado. Trabajar de manera tan estrecha con animales en libertad era exactamente lo que había soñado de niño.
En 1997, un zoológico regaló al centro de investigación sus primeros polluelos de ibis calvo septentrional. Los ibis frustraron a la mayoría de los científicos, pues no eran dóciles para educar como los gansos ni superinteligentes como los cuervos.
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Pero Fritz estaba enamorado. Cuando la gente bromea diciendo que sus cabezas rojas y arrugadas y sus crestas negras los sitúan en la contienda por el pájaro más feo del mundo, él señala su carisma, gregarismo y afecto. Sabe lo que les gusta comer a los polluelos —ratones desmenuzados y corazón de ternera, ocho veces al día— y los curiosos pájaros disfrutan metiendo suavemente sus largos picos en sus orejas.
Hace más de 20 años, cuando los ibis fueron liberados por primera vez en su hábitat natural, Fritz se dio cuenta de que pasar generaciones encerrados en un zoológico no les había quitado las ganas de emigrar, aunque sí los había dejado geográficamente desinformados. En su búsqueda por el “sur”, algunos acabaron en Rusia.
Fritz pensó que los ibis necesitaban un guía.
“Por aquel entonces, Volando a casa fue un gran éxito entre nosotros, los biólogos”, dice Fritz, recordando la película de 1996 en la que los personajes interpretados por Jeff Daniels y Anna Paquin dirigen la migración de gansos canadienses huérfanos en un ala delta. Cuando Fritz proclamó que haría lo mismo con los ibis, al principio se burlaron de él.
Pero tras años de ensayo y error, lo logró. Incluso, aprendió a volar como un pájaro, dijo, remontando el vuelo con facilidad.
Los dos hijos de Fritz, ambos ahora adolescentes, siguieron a su padre volador y a las aves migratorias en tierra, y su familia y colegas fueron testigos de los riesgos que estaba asumiendo.
“Afortunadamente, cada vez que el motor dejaba de funcionar, estábamos en un lugar donde aún podíamos aterrizar”, dijo Fritz. Una vez se estrelló con tanta fuerza contra un campo de maíz que su equipo temió que estuviera muerto. Cuando lo encontraron casi ileso en un avión destrozado, su primera respuesta fue: “Necesitamos arreglar esto de inmediato”.
Hoy da prioridad a la seguridad, en parte porque ya no es el único que corre riesgos. Ahora los ibis son criados por dos asistentes de investigación que actúan como madres adoptivas humanas: una vuela en la parte trasera del avión de Fritz y la otra con un segundo piloto.
En una calurosa mañana en su campamento del lago Constanza, Fritz sube el cierre de su mono color verde oliva y se sube a su avión. Se da la vuelta para ver cómo están los 35 ibis y hace una señal a una de las madres adoptivas para que se siente detrás de él. A medida que se elevan sobre la pista de hierba, los pájaros baten sus alas negras, siguiéndolos de cerca.
Pronto volarán hacia el oeste, a Francia, y luego hacia el sur, al Mediterráneo, donde seguirán la costa hasta Andalucía, una de las regiones más cálidas y secas del continente, enfrentándose por el camino a condiciones meteorológicas impredecibles.
Pero los riesgos inevitables son “necesarios”, aseguró Fritz.
“No es tanto un trabajo”, añadió, “sino el propósito de mi vida”.
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