Bruno Portis cuenta en primera persona su inolvidable experiencia de 1100 kms de travesía en kayak y en solitario a lo largo del Río Paraná
Salvador Cipolla, mi abuelo, un viejo tano, me enseñó a pescar ni bien empecé a caminar. Siempre me traía embarrado a casa y con olor a pescado en las manos después de cada excursión. Mi abuela un poco resignada, mientras me quitaba las escamas del pelo miraba con cara de espanto a su marido que la mayoría de las veces estaba todavía más sucio que el nieto. Lo que quedaba luego de un buen baño era una nueva aventura para contarles a mis hermanos al día siguiente.
Los tres hermanos salimos igual. Nos dedicábamos a juntar plata trabajando de lo que pudiéramos durante el año y ese dinero era siempre para lo mismo, organizar salidas de pesca los tres solos. Estábamos nosotros y después el resto del mundo.
Las vacaciones las pasaba en Bs As con ellos, también con mis abuelos paternos y mi viejo que tenía una empresa de ambulancias. No tendría más de 12 años cuando sale un viaje a Paraguay de urgencia. Mis hermanos al ver la posibilidad de utilizar el viaje en nuestro provecho, automáticamente se ofrecen a ser los choferes a condición de que a la vuelta se pudieran quedar a pasar unos días en Corrientes probando suerte, ya que las historias que llegaban de esa zona sobre pesca nos volvían locos. El único problema es que para ese entonces yo era menor y necesitaba la autorización de mis dos padres para salir del país. Al estar mi mamá en La Pampa no nos daba tiempo para conseguir los papeles, pero, como nada nos paraba cuando estábamos los tres juntos y menos en estas cuestiones se decidió lo siguiente: Me iban a dejar en Corrientes en la casa de unos conocidos y mis hermanos seguirían viaje. A su retorno me iban a buscar y así seguiríamos nuestra aventura por las tierras del chamamé.
Y así partimos, luego de unos kilómetros y cuando se pasó la adrenalina inicial de comenzar una nueva partida hacia lo desconocido, quedé profundamente dormido. Lo próximo que recuerdo es que la ambulancia se detiene y se abren las puertas traseras haciéndome despertar. Mis hermanos bajan algunas cosas rápidamente que dejan en el suelo y me dicen: Hermano en dos días volvemos, esperanos.
Cuando apenas pude despabilarme y luego de restregarme los ojos, vi las luces rojas del vehículo que se alejaban por un camino de tierra y se perdían en la curva sin darme tiempo a preguntarles nada. Recién en ese momento pude ser consciente de donde estaba. En la intemperie y en plena noche pude distinguir que el rio fluía a unos 20 metros de mí. Me encontraba rodeado de selva por donde mirara, se escuchaban los monos carayás rugiendo muy cerca de donde me habían dejado. Con las pocas ropas que llevaba para el viaje, armé una especie de nido y me acosté hasta que la claridad del día me diera alguna pista más. Al despertarme, sin saber cuánto tiempo había pasado, siento un calor muy profundo en toda mi cara. Reconocía esa sensación de quemazón por el sol ya que era parte del folclor de nuestras salidas. Al mirar hacia arriba, observé que alguien me había protegido con el cuero seco de algún animal para evitar que me siguiera lastimando. Al incorporarme rápidamente la primera imagen fue ver a un niño entrando al agua con unos caballos para refrescarlos, a treinta metros de él una señora con mano firme cortaba leña y armaba una fogata para cocinar. Se veía a lo lejos a un señor entrado en años armando un horno para hacer ladrillos.
Sin saber qué hacer, tímidamente saludé a la mujer con un golpe de cabeza. Me acerqué y le expliqué quién era a lo cual ella contestó con una sonrisa en su cara y en sus ojos: Vimos a alguien durmiendo en nuestro patio y dijimos que si duerme aquí, seguramente es algún amigo nuestro. Inmediatamente me cubrieron con un cuero de vaca para que no me siguiera quemando, esperando pacientemente a que me despertara y les contara quien era.
Mis hermanos volvieron del viaje y automáticamente saltaron de la camioneta desesperados por zarpar, a pesar del sueño que traían. Ni bien se cambiaron nos fuimos con nuestro gomón cargado de cosas a una isla deshabitada que se encuentra a 5 km de Empedrado, con la idea de pasar 15 días viviendo solamente de lo que pescáramos. Creo que en ese momento empezó mi amor por el rio y sigo tan enamorado como la primera vez que toqué sus aguas.
Una de esas tardes en la isla, en las cuales los relojes dejaban de importar, dije en voz alta: – sería la máxima aventura bajar el Paraná navegándolo-. Esperando a que mis hermanos rompieran en burlas y risas como siempre hacían, mi sorpresa fue grande al escuchar un: “sería genial”, por parte de uno de ellos, “ir pescando por todo el rio sin apuros”, dijo el otro. Desde ese momento la semilla de mi sueño empezó a germinar.
Preparativos
Tiempo después y durante 3 años, en el mayor de los secretos comencé a armar esta primera expedición. Preguntaba en foros de kayakismo que era lo más recomendable, ya que contaba con un kayak SOT (sit o top, sentado arriba) y no uno de travesía el cual me permitiría hacer muchos más kilómetros por día y es el indicado para grandes distancias. Conseguí el teléfono de Don Alfredo Barragan, el capitán de la Expedición Atlantis y le comenté lo que quería hacer. El respondió: Pensá en todo lo malo que te pueda pasar durante el viaje y pregúntate si todavía lo queres hacer. Al día siguiente hacete la misma pregunta y fíjate cuál es tu respuesta. Si al tercer día repetís el proceso y sigue siendo si, querido amigo, tu suerte está echada.
Remaba por horas en una pequeña laguna de mi pueblo para prepararme físicamente. Trataba de ir lo días de viento y lluvia ya que sabía que tendría que enfrentarme a esas situaciones estando completamente solo. Aumenté de peso porque una amiga nutricionista calculó que remando de 8 a 10 horas por día iba a bajar un total de 15 kilos al mes por más que comiera a más no poder. Me comprometí a trabajar una o dos horas por día en hacer realidad mi sueño. Conseguí una pantalla solar, una batería y un conversor de 12 volt a 220 para poder cargar el celular, la radio vhf, la cámara y para tener luz a la noche. En una pequeña caja de plástico reuní el poco alimento que podría necesitar, ya que sabía que las proteínas las podía conseguir fácilmente con lo capturara y en caso de no tener suerte las enseñanzas de mi vieja amiga guaraní me permitían alimentarme de plantas ni bien hiciera costa.
Un mes antes de zarpar hice público el viaje contando enteramente lo que quería hacer en grupos de pesca para ver si alguien tenía algún conocido en los puertos que pensaba tocar por cualquier inconveniente. Desde ese momento todo explotó.
Cientos de personas escribían, les gustara la pesca o no, supieran mucho o poco de navegación, todos opinaban y alentaban. Creé el grupo Expedición Libertad en Facebook y por ahora son 1700 personas que se sumaron tanto como para dar recomendaciones, consejos y las más que bienvenidas críticas, las cuales son las que realmente ayudan a mejorarse. Gracias a ese grupo conocí a mi héroe, Marcelo Velozo, al cual considero una máquina para remar forrada en piel humana. Es increíble lo que hace esa persona. Intensamente humilde a pesar de haber ganado todo lo que se pueda ganar en remo.
Lo realmente impresionante fue cuando uno de los integrantes del grupo, para mí un total desconocido hasta ese momento, subió una foto con una remera que se había hecho hacer con el logo de la expedición. Hoy esa persona es un gran amigo y no quiere que de su nombre, pero si voy a dar el apodo que le quedó después de tantas charlas, el teniente Dan, haciendo referencia al personaje de la película Forrest Gump, ya que muchos grupos de kayakistas querían esperarme con sus embarcaciones en el agua antes que ingresara al puerto de sus ciudades y acompañarme unos kilómetros. Se asemeja mucho a una escena de esa película y solíamos bromear con eso.
Cargué todas mis cosas en mi camioneta, en el techo fijé el kayak bautizado Cipolla en honor a mi mentor y arranqué. Raul Hierro y Nestor Rossini me esperaban para que los pasara a buscar. Ellos iban a manejar la distancia que separa General Pico de Corrientes capital. Raúl se va a enterar con esta nota, pero es como si fuera mi viejo, siempre lo estoy molestando en su local y me salva en todas y Néstor es como esos tíos cómplices a los que uno le puede pedir cualquier cosa y nunca tiene problemas.
El joven y el rio
La sensación de estar alejándome de todo era muy placentera aunque un escalofrío me recorriera la espalda por la empresa que estaba por encarar. Sabía que solo había dos resultados posibles y créanme cuando les digo que estaba y estoy dispuesto a pagar el precio que haga falta para construir una vida que valga la pena. Estoy seguro que entienden lo que quiero decir.
Ni bien llegamos a Corrientes fui a ver a la gente de prefectura, ya había hecho por escrito todos los trámites necesarios. Habían designado a una persona para que se hiciera cargo solamente de mi travesía, ya que como me comentaron después les parecía una cuasi locura y querían cumplir con todos los procedimientos por cualquier inconveniente. Les comenté nuevamente que mi idea era navegar en un kayak SOT de 3.30 metros en solitario todo el Paraná hasta llegar a San Isidro, un total de 1100 km sin asistencia externa. Dieron luz verde con un poco de incredulidad, pero yo salí con la certeza que al otro día comenzaría mi viaje finalmente.
Recuerdo estar parado y mirarme los pies descalzos en el agua transparente, viendo la fuerza de ese titán serpenteante, con todas mis cosas cargadas en esa cáscara de nuez que iba a ser mi casa durante 39 días. Juro que estaba aterrado. Uno siempre quiere proyectar una imagen positiva sobre si para los demás, pero solo puedo decir que en ese momento fue paralizante y aterrador. Darles un buen abrazo a mis viejos compinches me dio el valor que necesitaba para zarpar, me senté y di la primer palada. Una sensación de ruptura sonó internamente, no había vuelta atrás, el viaje realmente había comenzado y ya era parte del rio.
En el día luché más contra mis nervios que contra Paraná, el cual me trató muy bien dándome la bienvenida. Ofreciéndome amistosamente uno de los pocos días para disfrutar el sotavento. El sol era implacable, quemaba cada centímetro de piel que quedara al descubierto, pero por suerte contaba con el protector de mayor graduación que hay en el mercado, después de una semana no lo necesité más, estaba completamente curtido. Por la tarde cuando encontré un lugar que me pareció adecuado, armé mi campamento. Por fin había remado mi primer trayecto sin inconvenientes y me dispuse a pescar para comer. Una raya de 5 kilos mordió el anzuelo, me dispuse a limpiarla y comerla, un buen comienzo. Armé la carpa, me metí en la bolsa de dormir e intenté descansar. Aproximadamente a las 3:00 am una tormenta se desató en forma violenta. Una ráfaga de viento constante barrió todo lo que tenía acomodado. Aunque sabía del alerta meteorológico por prefectura, mis precauciones no fueron suficientes. Si no hubiera estado dentro de la carpa esta se hubiera volado seguramente. Pude dormir solo dos horas esa noche y completamente mojado, lo único que me interesaba era proteger algunas cosas eléctricas del agua para que no se arruinaran, el resto no me importaba ya que las fuerzas no me acompañaban para hacer nada más. Me sentía totalmente miserable y me rendí al sueño para no desesperarme. Sabía que era recién el comienzo y debía acostumbrarme.
Con el paso de los días increíblemente uno se va haciendo más fuerte y la cabeza se va limpiando. Se va sacando de encima un montón de condicionamientos sociales y va reaprendiendo que debe hacer, como y cuando hacerlo.
Buscaba por las tardes para atracar, lugares especiales para realizar una pesca que a mí me gusta mucho y practicaba con el señor Giménez y es la pesca con machete. Solo necesitas una linterna, un machete o fija y paciencia. En los lugares playos, a la noche, todos los pequeños pececillos tratan de estar al resguardo de los otros más grandes para no ser comidos y terminan apiñados en la orilla. Lo único que tienen que hacer es entrar hasta la altura de tus tobillos, enterrar los dedos en la arena por las dudas que parezcan apetitosos a alguna alimaña y esperar 15 minutos. Al prender la linterna vas a ver peces de 1 o 2 kilos tratando de cazar a sus presas al lado suyo. Solo tienes que atinar y la cena está asegurada.
El mayor inconveniente surgía a partir de las 20:00 horas, desde ese momento uno escuchaba un pequeño zumbido que lo alertaba de lo que iba a pasar a continuación. Una nube muy densa de insectos literalmente te envolvía. Si para esa hora no tenías la carpa armada y te encontrabas dentro, sentías que te pinchaban con furia en todo el cuerpo sin perdonar ninguna parte de donde pudieran alimentarse. Debías respirar solo por la nariz ya que los tragabas. Usar los productos contra insectos solo te daban 5 minutos de protección.
Encontré lugares que se pueden describir como paradisíacos, los cuales la ausencia de personas preservó en su calidad más pura. Muchas veces quise abandonar el viaje y quedarme allí por días enteros, ya que encontraba frutas cerca o la pesca era sencilla, pero sabía que tenía que comunicarme con prefectura, mi familia y el grupo para no preocuparlos ya que estaban continuamente pendientes y eso me convencía para seguir.
Siempre estaba alerta en una especie de calma, es un oxímoron pero ese estado es real. Tenía un sentido estar en ese estado. La vista y el oído se intensifican. El olfato era realmente útil ya que podías ser consiente de los cambios que ocurrían a tu alrededor, el olor a humo te indicaba que había personas cerca o que estaba llegando a algún pueblo y muchas veces ese era mi mayor preocupación. No lo creí hasta que lo viví, se huelen los cardúmenes de sábalos!
Desde que abría los ojos a la mañana hasta que los cerraba por la noche era estar rodeado continuamente de belleza. Animales, pájaros, plantas, el cielo pintado de mil formas diferentes. Los atardeceres eran regalos que me obligaban a dejar de hacer lo que estaba haciendo solo para quedarme perdido en el horizonte.
Le confieso un pequeño secreto: todas las noches arrojaba mi sedal con la ilusión de capturar mi gran Surubí. La sensación de pelear con ese gigante atigrado cambia la vida de cualquiera. Solo conseguí cachorros. Es magnífico escuchar a los monos como advierten cuando uno se acerca. Emiten un sonido de alarma con el cual las hembras y las crías retroceden, los machos se ponen al frente mostrando los dientes y arrojando cualquier cosa que tengan a mano, incluso sus heces contra cualquier desconocido. Y son muy certeros como pude comprobar.
Antes de partir, elegí un grupo de personas para que se escribieran una carta para la persona que van a ser en 10 años. Que le hablaran a su yo del futuro para contarse detenidamente como va su vida, sus sueños, sus miedos y cualquier cosa que sintieran que era necesario decirse a ellos mismos. Que esperaban de ellos en 10 años. Todos tenemos una noción vaga de lo que realmente fuimos, no viene mal un espejo construido por nosotros mismos. Tomé esas cartas junto con una botella de whisky de 21 años y herméticamente la enterré en un lugar anotando las coordenadas. Cumplido ese plazo iremos a buscarlas y veremos si 10 años cambian o no a una persona. Ojala que así sea.
La llegada
Los últimos días de la remada fueron muy confusos. En cada puerto era esperado por las personas que se habían enterado del viaje y me traían comida, ropa, cualquier cosa que ellos pensaban que podría necesitar. Realmente lo único que necesitaba era una buena charla con alguien, y unos mates, después el resto de las cosas sobraban. Intendentes y prensa venían a mi encuentro. Imagínense como me veía después de un mes de navegar sin preocuparme por la higiene.
Ese último día acompañado por prefectura zarpé a las 4 de la mañana totalmente a oscuras desde Campana con la decisión de llegar a mi destino final. Durante todo ese recorrido los prefectos iban haciendo una especie de posta conmigo, ya que al llegar al límite de su jurisdicción, otro representante de la fuerza me esperaba para dejar que los anteriores volvieran a sus zonas, pero en ningún momento me dejaron solo. Luego de 38 días de estar en el gran Paraná, ese día remé 14 horas sin hacer costa. Después de las presentaciones pertinentes y pasados unos minutos eran ellos mismos los que arengaban desde sus embarcaciones para que siguiera sin rendirme. Una señorita uniformada en su moto de agua lloraba al lado mío después de contarle un par de cosas que me habían pasado. Al verla llorar, me largue yo también. Remaba y lloraba.
El gran Goyco y Gabriel me esperaban a la salida del arroyo Lujan en San Isidro con sus kayaks, no conocía a ninguno de los dos pero muy amablemente me ayudaron a llegar a destino guiándome entre la oscuridad y el agotamiento. Luego entendí quiénes eran esos monstruos del kayak. Ellos me acompañaron hasta mi puerto final, aunque otras embarcaciones de particulares también se iban sumando en forma espontánea formando una procesión a lo que sería la culminación de este viaje. Recuerdo la última palada y el grito de la gente que esperaba mi llegada. Sentir que dejaba mi casa. El resto fueron lágrimas y emoción.
El hombre es libre, solo tiene que darse cuenta
El fin último del hombre es ser feliz. No importa el camino que recorra, su objetivo final es buscar la felicidad. Al vivir en un sistema social basado en leyes, usos y costumbres, uno tiene una limitada gama de opciones para elegir su camino individual. En la naturaleza no. Por eso decidí volver realidad mi sueño.
La libertad es poder optar por lo que uno desea. Mi felicidad está en el agua y en lo salvaje. Escojo ese camino aunque la mayoría no lo entienda.
Este primer viaje fue pequeño comparado con mi viaje interno. Comprendí que mi ego no vale nada frente a una tormenta, que al calor no le interesa si yo tengo o no la razón, y al cansancio no le importa mi curriculum. Que el hombre es libre y sólo tiene que darse cuenta.
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