El último arquero
En plena Guerra Mundial (1914 – 1918) un relato publicado por el escritor galés Arthur Machen el 29 de septiembre de 1914 en el periódico inglés The Evening News bajo el título de “Los Arqueros” produjo una enorme conmoción popular. En él los arqueros dirigidos por San Jorge de Capadocia en la mítica batalla de Agincourt regresan al mundo de los vivos para ayudar a las tropas británicas en la Batalla de Mons ‒un recurso que más tarde Tolkien reciclaría en El señor de los anillos‒
Muchos soldados ingleses aseguraron luego, que los espectros o ángeles realmente existieron y los salvaron de la muerte en la catastrófica batalla.
Seguramente se trata de un caso de histeria colectiva o psicosis bélica, pero años más tarde durante otra guerra, un arquero real, intervino con su arco y sus flechas.
Tambièn conocido como “El loco Mad” o “El luchador Jack”, John Malcolm Thorpe Fleming “Jack” Churchill nació en 1906 en Hong Kong, entonces territorio británico.
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Alistado en el ejército, pasaba la mayor parte del tiempo aprendiendo a tocar la gaita, viajando en moto por todo el subcontinente indio o practicando tiro con arco, su pasión. Sus excentricidades, «como hacer sonar la gaita en la sala de guardia a las tres de la mañana o estudiar la campaña incorrecta en el examen para su promoción», le hicieron abandonar la carrera militar en 1936.
Su dominio con el longbow le proporcionaron pequeños papeles en películas como «El ladrón de Bagdad» o «Ivanhoe»
El año de 1939 lo encontró a Churchill como integrante de la selección inglesa en el Campeonato Mundial de Arco llevado a cabo en la ciudad noruega de Oslo. Ese año estallaba la Segunda Guerra Mundial.
Regresó a Inglaterra donde se dedicó a ampliar su colección de arcos y flechas, pasando por la Tienda “Purle of London” donde además de un longbow adquirió una espada Claymore medieval. Volvió a enrolarse en el ejército británico para embarcarse hacia el continente europeo como parte del Manchester Regiment. A propósito de la Claymore, Jack la llevó con él a la guerra ya que no concebía que un oficial no usara espada. “Un oficial sin espada no está correctamente vestido”
Fue en sus actuaciones durante la guerra donde se ganó su fama de «luchador» intrépido y soldado «loco». En diciembre de 1939, en Polonia, sorprendió a todos abalanzándose sigilosamente, hasta unos 50 metros de las trincheras alemanas, disparando flechas hasta que los soldados enemigos comenzaron a agitarse y gritar. Poco después, en mayo de 1940, en Francia, cuando estaba al mando de una compañía de infantería que debía defender el pueblo de LŽepinette, fue capaz de acercarse hasta un granero sin ser visto por los nazis, y atravesar con una flecha desde 30 metros de distancia a un sargento alemán, antes de que comenzaran los disparos de sus hombres contra el resto de enemigos. Seguramente ese letal disparo de su arco y esa acción debe ser la última registrada en una guerra europea.
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Una de las incidencias más celebradas de la evacuación de Dunkerque –podía leerse en el diario de guerra de la cuarta brigada de infantería– fue la visión del capitán Churchill, marchando por la playa con su arco y sus flechas. “Sus acciones en el Saar con sus flechas son conocidas por muchos tanto como su disgusto por no haber podido practicar con ellas tanto como le habría gustado. Su ejemplo y buen trabajo con su grupo de ametralladoras han sido una gran ayuda para la cuarta brigada de infantería»
Sus hazañas y el asombro de sus compañeros y superiores no se detuvieron ahí. En diciembre de 1941, en la Noruega ocupada por Hitler, fue el primer hombre que puso su pie en la playa, al frente de dos compañías dentro de la «Operación Arquería». Churchill desembarcó con su espada en alto contra la batería enemiga mientras gritaba alentando a sus soldados. La intrépida acción produjo el desbande enemigo, en una acción que le valió su segunda Cruz Militar.
Su momento cumbre llegó en otoño de 1943, durante el ataque nocturno a la población italiana de Piegoletti. Tras intimidar y capturar a 136 soldados alemanes al grito de «¡comando!», consiguió infiltrase en el pueblo y continuar intimidando a los enemigos sin ser descubierto, tan solo con su espada, haciéndose con los puestos de guardia y sin disparar una sola bala. Por esta acción recibió una nueva condecoración
Su suerte se acabó en 1944, en Yugoslavia, tras quedar aislado con seis de sus hombres en el ataque a una posición alemana. Cuando todos sus hombres cayeron heridos, el «Loco Mad» sacó su gaita y comenzó a tocar «No volverás» para animar a los soldados, pero una granada cayó a su lado y le dejó inconsciente. Al despertar, estaba rodeado de nazis.
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Fue enviado al campo de concentración de Sachsenhausen, donde conoció a veteranos que habían participado en el hecho real que inspiró la famosa película «La Gran evasión». Se unió a ellos con los que consiguió excavar un túnel por debajo de los muros de la prisión y escapar. Estuvo libre 14 días, hasta que la Gestapo volvió a capturarlo.
A pesar de las órdenes de Hitler de ejecutar a todos los evasores, el capitán alemán se negó a hacerlo, por lo que, al término de la guerra, cuando tenía 40 años, pudo ingresar en la escuela de saltos, hacerse paracaidista y seguir participando en acciones militares estratégicas.
Años después se lo agradecería al oficial nazi que no lo ejecutó, mucho antes de morir apaciblemente en 1996 en su casa de Surrey, al sudeste de Inglaterra.
Tenía noventa años y había sido el último de los arqueros que combatió en una guerra europea.
Por Leonardo Killian (*)
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